En cuanto aprendí a leer, mi madre comenzó a escribirme cartas. Eran cartas donde me decía lo mucho que me quería, que estaba orgullosa, que era valiente y que quería aprender mucho de mí. Siempre fueron escritas desde un lugar de amor, y yo las atesoraba. Me parecía un gesto muy especial, y creo que impactaron tanto a mi yo de 6 años que fue el principal motivo por el que empecé a escribir.
Mis primeras cartas fueron para mis amigas. Les escribía cuánto las quería; felicitaciones de cumpleaños, disculpas, les deseaba Feliz Navidad, Día de la Amistad o para reconciliarnos. Siempre me gustó la sensación de dejar un poquito de mí en ellas. Me encantaba sentarme en la mesa después de terminar mi tarea, sacar mi lapicera, mis colores y plumines, escoger el papel, el color de la hoja, el sobre, y simplemente escribir lo que sentía, sin filtros, desde el corazón de una niña de primaria.
A los once años, me escribí mi primera carta. Fue una cápsula del tiempo (o al menos, es como me gusta llamarlas ahora). En una hoja blanca escribí cómo era mi vida en ese momento, quiénes eran mis amigas, qué quería ser cuando creciera, y, por supuesto, lo más importante: que aún no existían los carros voladores. Tenía una regla: no podía abrirla hasta que mi cumpleaños 18. Y lo cumplí. Durante siete años, guardé esa carta en una caja, y con el tiempo, se fueron sumando más: la de los 13, 14, 15, 16 y 19. Todas eran para mi yo del futuro, llenas de mis sueños, miedos y vivencias, con la firme esperanza de que, cuando las abriera, seríamos felices. Algunas siguen guardadas, aún sin abrir. La próxima no la leeré hasta mi cumpleaños en 2026, y, si algo he aprendido, es que son el mejor regalo que me he dado.
Con el tiempo, esas cartas también se convirtieron en poemas, aunque muchos se transformaron en pinturas, dibujos, y canciones que, aunque nunca canté para nadie, me encantaba escribir en las páginas de mis diarios. Eventualmente, se convirtieron en una novela que comencé en secundaria y nunca terminé.
Y no puedo evitar preguntarme (sí, como Carrie Bradshaw) si aquellas personas que recibieron mis cartas todavía las guardan, o si, con el paso del tiempo, mis palabras fueron olvidadas. Me gustaría que las personas que me han escrito cartas a lo largo de los años supieran que todavía las tengo y las guardo con cariño; tal vez no conservo todas, porque es inevitable perder alguna en mudanzas o limpiezas, pero son muy importantes para mí. Nunca pude expresarme tan bien en persona como lo hacía en mis cartas, y quiero creer que quienes me las escribieron, me regalaron su tiempo, dedicación y amor. Para mí, el sentimiento más puro se encuentra en una carta.
Este septiembre se cumplen diez años desde que me escribí mi primera carta, y aunque hace dos años que no lo hago, espero que este texto me devuelva la inspiración. Te invito a que te escribas una carta para el futuro; te aseguro que es uno de los regalos más bonitos que puedes darte.
Con amor, MF.